Era la
segunda ocasión que me reunía con Gloria en una terminal. Era de madrugada, el
viaje sería por aire y el tema, igual de importante al de la violencia contra
las mujeres al cual asistimos para cubrir en Matagalpa. Ella llegaba con su cámara
y yo con mis preguntas a una plática improvisada.
Desde
el momento de su concepción el tema de los orfanatos en Nicaragua se mereció el
lente de la entusiasta Gloria. Nos espera una hora de vuelo, un lugar
desconocido y la casa hogar llamada Bernabé en Puerto Cabezas, ubicado –según
la legislación nacional- en la Región Autónoma del Atlántico Norte, aunque
ambos en verdad fuimos al Caribe Norte, un tema de discusión luego.
La idea
siempre fue mostrar cómo es la vida en estos lugares, escogidos precisamente en
contextos difíciles. Así fue.
Foto por Gloria Ruiz |
Llegamos
a una ciudad alfombrada a dos colores, el rojo con arcilla, el verde por el
pasto. Las casas multicolores, sobre tambos, en su mayoría hechas de madera
evidenciaron un estilo de vida inserto en un país con tradiciones y paisajes
antagónicos. Sin embargo, compartía con el resto de Nicaragua una realidad: la
pobreza.
Así
llegamos a las historias de los menores en Casa Bernabé, la historia de *Jonathan.
Un jovencito de tez morena, altura promedio, en la aurora de la adolescencia y
con ganas inagotables de vivir.
La
versión de las autoridades del Ministerio de la Familia (Mifamilia) sobre su
llegada a la casa hogar conjuga pobreza, falta de oportunidades, desempleo,
ausencia de educación, migración y abandono. Todo lo anterior radicado en un
mismo territorio, en el cual vivía la familia de Jonathan llamado Río Coco.
Todo
inició con una situación de desesperación en la vida de una madre, quien debió
excusar por varios días la falta de alimentos, de pasajes para la escuela y
demás necesidades ante un hijo en la edad de muchas exigencias.
Nada
mejoraba, las soluciones no llegaban, la desesperación se apoderó de la mujer.
Así Jonathan a sus cinco años fue dejado en una mesa atado con una cadena. Su
madre encontró en un viaje a Managua la salida a todo.
Es vísperas de días de las madres en 2012 y el
hijo de esta señora desprovista por el sistema de herramientas para resolver
acepta hablar con la Gloria y quien escribe.
Quisiera llamarla y decirle que la quiero. Darle un regalo. La primera vez que le llamé lloró cuando le dije quién le hablaba
Jonathan
padece una enfermedad neurológica desde el día que respiró fuera del útero. La
movilidad en el lado izquierdo de su delgado cuerpo casi desapareció. Puede
caminar, correr, nadar, jugar al fútbol y esa mañana húmeda y calurosa del
Caribe en el trópico narra su historia.
“Quisiera
llamarla y decirle que la quiero. Darle un regalo. La primera vez que le llamé
lloró cuando le dije quién le hablaba”, dijo sobre el tema de su madre. Con sus
palabras el asunto mejor concluía ahí mismo.
La
conversación se encamina ahora a sus expectativas. Habla miskito, su lengua
madre, español y aprende inglés. Aún desconoce qué estudiará una vez terminada
la secundaria en el colegio situado a la par de la casa hogar, ambas
estructuras pertenecientes a la iglesia cristiana Verbo.
Foto por Gloria Ruiz |
En
Jonathan no aparecen gestos de violencia, sus palabras no emiten rencor, sus
días aún orbitan en torno a divertirse, pero es inevitable detener en él –en
ocasiones- las ganas de saber por qué le pasó todo lo anterior.
Vive tranquilo
aunque su abuela materna intentó en su pasado detener sus energías de niño con
un machetazo en la frente, con la excusa de que padecía alguna enfermedad, la
misma –según la señora- causante de su comportamiento. Una seña que lo
acompañará aunque lo olvide.
Este
joven sigue adelante junto a sus 120 compañeros y compañeras, en un centro con
capacidades y recursos limitados, con la incertidumbre de no saber las maneras
de atender a un menor huérfano quien además pueda ser homosexual, me comentó
Gloria en una plática fuera de entrevista. Su descubrimiento surgió tras hablar
con la subdirectora de Casa Bernabé.
Aunque
la fecha de publicación de este escrito no coincide con la del reporteo, la
realidad no ha cambiado. Jonathan aún tiene peticiones, continua resignado a
que el momento no presenta respuestas y sus demás amiguitos lo ven, comen junto
a él y le ayudan a seguir con sus energías, con sus ganas de vivir.
*Jonathan es el nombre del menor adoptado para proteger su identidad.