“Si por primera vez
alguien te hace daño podemos decir que es culpa suya. Pero si sigue haciendo
daño ya es culpa tuya”, Peter Morales.
El caballero autor
de la frase con la cual inicio fue mi jefe en el negocio de las maquilas. Soy
periodista. Alejado de los medios de comunicación más conocidos, donde laboré.
Hoy motivado a hablar de la libertad de expresión.
La ocasión de
Centroamérica Cuenta si ha sido el momento para hacer una parada. La gente solo
tiene en Nicaragua una porción de lo que pasa, pero ocurren muchas cosas y
pocos medios lo pueden decir.
En abril de 2012 en
Panamá, nos reunimos un grupo de periodistas latinos para exponer la realidad
de la libertad de expresión en nuestros países.
La invitación fue
hecha por la Relatoría para la Libertad de Expresión de la OEA. Muchas noticias
de asesinatos para callar a periodistas sobre todo en la zona norte de América
Central, secundados por apologías policiales nos bajaron los ánimos.
Sin embargo, el
conversatorio coincidió con la llegada de Carlos Dada, Director de El Faro de
El Salvador, quien horas antes recibía la recomendación por parte del
Ministerio de Defensa que protegiera su integridad.
Carlos Dada aprobó
la publicación de una investigación, donde se exponía el acuerdo bajo la mesa
entre gobierno salvadoreño y las maras para el cese de la violencia. Un trabajo
que salpicó a la iglesia católica.
Las amenazas no
tardaron. La ponencia de Dada se resume en la idea con la cual inicié este
escrito. El problema, así lo definió, es no tener el mismo peso de los medios
oficialistas para decirle a toda la gente de cuánto se pierde en información.
Después de escuchar los procesos y situaciones por las cuales debió pasar para publicar los ánimos subieron. Queríamos crear una América Latina nueva con todos los conocimientos compartidos en esas mesas.
Aterrizado a
Nicaragua, aquel análisis de hace tres años tiene vigencia. No soy estadista,
pero el porcentaje de nicaragüenses quienes llevan muchos inviernos y veranos en consumo de propaganda
es deprimente.
El país no solo es
de bellezas naturales e ideologías dirigidas a una especie de tierra prometida.
Tampoco hay tiempo para atrincherarse y usar medios que orbiten únicamente a
rechazar esta realidad.
En un margen de tres
años laboré tanto para un medio del gobierno como de la contraparte. Mi escuela
hizo que cambiara el rumbo de mi necesidad laboral.
“Pero hay que
comer”, decía una excelente y profesional profesora de televisión. Muy bien, ahora
hago a un lado el tema de la dignidad.
Es sencillo, cuando
se inicia en este oficio el compromiso con la sociedad es mayor en comparación
al de cualquier político, si así se les puede llamar.
Personalmente
prefiero ganarme la vida en actividades distintas al periodismo, a someter mis
ideas en un medio. Se puede ahorrar para llevar a cabo un reportaje o crónica y
publicarlo en la web.
Los medios digitales
son aparentemente la salvación para la libertad de expresión. El asunto es que
la juventud en mi país va encaminada sin frenos a lo que Vargas Llosa llama “la
sociedad del espectáculo”.
Todavía no hay la
voluntad de informarse sobre el entorno a través de un smart pone u otro
dispositivo. Así que el obstáculo ya no es la brecha tecnológica.
Por lo mismo, es
imposible, no es permitido que controlen la información digital. Si deseamos tener
vecinos y conocidos con ganas de leer nuestros trabajos es preciso impedir este
atrevimiento.
No crean que un
medio digital no es un negocio. No es rentable comprometer una agenda
informativa con intereses particulares, la clave es vender, ofrecer un servicio.
Al final uno debe marcar las pautas en tu espacio y las empresas tecnológicas
desean vender, punto.
Colegas periodistas,
la educación está a un paso de exponerse en un museo arqueológico en Nicaragua, las
necesidad de muchos talentos de vender sus ideas les esperan, el tema cultural
no está en planes siquiera.
No es precisamente
dejar de fiscalizar el poder. Al final la información es poder. No podemos
estar tan cerca del poder, ni tan largo del mismo. Cualquiera de ambos
escenarios nos somete.
Si no cambiamos el
rumbo de esta centralización de medios hablaremos solo de la fantasía que nos
venden.
Como la mañana en
que regresé de Panamá luego de hablar sobre Nicaragua, hoy sigo con el
entusiasmo de ver una propuesta desde mi escuela de periodismo para educar a la
sociedad, tal cual nos enseñaron.
Estoy convencido que
todos tenemos capacidad de saber cómo reaccionar ante la necesidad de hacerlo.
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