El orfanato

domingo, 27 de enero de 2013


Era la segunda ocasión que me reunía con Gloria en una terminal. Era de madrugada, el viaje sería por aire y el tema, igual de importante al de la violencia contra las mujeres al cual asistimos para cubrir en Matagalpa. Ella llegaba con su cámara y yo con mis preguntas a una plática improvisada.

Desde el momento de su concepción el tema de los orfanatos en Nicaragua se mereció el lente de la entusiasta Gloria. Nos espera una hora de vuelo, un lugar desconocido y la casa hogar llamada Bernabé en Puerto Cabezas, ubicado –según la legislación nacional- en la Región Autónoma del Atlántico Norte, aunque ambos en verdad fuimos al Caribe Norte, un tema de discusión luego.

La idea siempre fue mostrar cómo es la vida en estos lugares, escogidos precisamente en contextos difíciles. Así fue.

Foto por Gloria Ruiz


Llegamos a una ciudad alfombrada a dos colores, el rojo con arcilla, el verde por el pasto. Las casas multicolores, sobre tambos, en su mayoría hechas de madera evidenciaron un estilo de vida inserto en un país con tradiciones y paisajes antagónicos. Sin embargo, compartía con el resto de Nicaragua una realidad: la pobreza.

Así llegamos a las historias de los menores en Casa Bernabé, la historia de *Jonathan. Un jovencito de tez morena, altura promedio, en la aurora de la adolescencia y con ganas inagotables de vivir. 

La versión de las autoridades del Ministerio de la Familia (Mifamilia) sobre su llegada a la casa hogar conjuga pobreza, falta de oportunidades, desempleo, ausencia de educación, migración y abandono. Todo lo anterior radicado en un mismo territorio, en el cual vivía la familia de Jonathan llamado Río Coco.

Todo inició con una situación de desesperación en la vida de una madre, quien debió excusar por varios días la falta de alimentos, de pasajes para la escuela y demás necesidades ante un hijo en la edad de muchas exigencias.

Nada mejoraba, las soluciones no llegaban, la desesperación se apoderó de la mujer. Así Jonathan a sus cinco años fue dejado en una mesa atado con una cadena. Su madre encontró en un viaje a Managua la salida a todo.

 Es vísperas de días de las madres en 2012 y el hijo de esta señora desprovista por el sistema de herramientas para resolver acepta hablar con la Gloria y quien escribe.

Quisiera llamarla y decirle que la quiero. Darle un regalo. La primera vez que le llamé lloró cuando le dije quién le hablaba

Jonathan padece una enfermedad neurológica desde el día que respiró fuera del útero. La movilidad en el lado izquierdo de su delgado cuerpo casi desapareció. Puede caminar, correr, nadar, jugar al fútbol y esa mañana húmeda y calurosa del Caribe en el trópico narra su historia.

“Quisiera llamarla y decirle que la quiero. Darle un regalo. La primera vez que le llamé lloró cuando le dije quién le hablaba”, dijo sobre el tema de su madre. Con sus palabras el asunto mejor concluía ahí mismo.

La conversación se encamina ahora a sus expectativas. Habla miskito, su lengua madre, español y aprende inglés. Aún desconoce qué estudiará una vez terminada la secundaria en el colegio situado a la par de la casa hogar, ambas estructuras pertenecientes a la iglesia cristiana Verbo.

Foto por Gloria Ruiz


En Jonathan no aparecen gestos de violencia, sus palabras no emiten rencor, sus días aún orbitan en torno a divertirse, pero es inevitable detener en él –en ocasiones- las ganas de saber por qué le pasó todo lo anterior.

Vive tranquilo aunque su abuela materna intentó en su pasado detener sus energías de niño con un machetazo en la frente, con la excusa de que padecía alguna enfermedad, la misma –según la señora- causante de su comportamiento. Una seña que lo acompañará aunque lo olvide.

Este joven sigue adelante junto a sus 120 compañeros y compañeras, en un centro con capacidades y recursos limitados, con la incertidumbre de no saber las maneras de atender a un menor huérfano quien además pueda ser homosexual, me comentó Gloria en una plática fuera de entrevista. Su descubrimiento surgió tras hablar con la subdirectora de Casa Bernabé.

Aunque la fecha de publicación de este escrito no coincide con la del reporteo, la realidad no ha cambiado. Jonathan aún tiene peticiones, continua resignado a que el momento no presenta respuestas y sus demás amiguitos lo ven, comen junto a él y le ayudan a seguir con sus energías, con sus ganas de vivir.



*Jonathan es el nombre del menor adoptado para proteger su identidad.




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